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miércoles, 26 de octubre de 2011

Simón del Desierto - Luis Buñuel (2-5)


'Simón del Desierto', 1965, por Luis Buñuel.
La narrativa no se ha limitado a las letras desde hace ya tiempo. Son las imágenes, unos cuentos y unos relatos que puestos en movimiento, algunos dirán que hasta por sí mismos, quienes donan una corazonada sobre el mundo; en el cine, como antaño, existen quienes usan letreros como fórmula de reparar lo mudo, hoy, hasta nos estorba lo que dicen los personajes, o capaz ni nos inquieta, la imagen finalmente parece que se va quedando muda, o ya dice muy poco. Sin embargo, solo algunos tienen la habilidad de quien cuenta con imágenes.

El fragmento que hoy os ofresco no es de cine mudo, -en el doble sentido-, y sus diálogos acompañan un relato contado desde el menoscabo del escenario, pues nos relata como desde ese pequeñísimo rincón, y solo en él, puede ser posible la creación de un horizonte tan engrandecido.

viernes, 21 de octubre de 2011

Fragmento de novela. Pedro Páramo

Por Juan Rulfo

Estoy acostada en la misma cama donde murió mi madre hace ya muchos años; sobre el mismo colchón; bajo la misma cobija de lana negra con la cual nos envolvíamos las dos para dormir. Entonces yo dormía a su lado, en un lugarcito que ella me hacía debajo de sus brazos.

Creo sentir todavía el golpe pausado de su respiración; las palpitaciones y suspiros con que ella arrullaba mi sueño... Creo sentir la pena de su muerte...

Pero esto es falso.

Estoy aquí, boca arriba, pensando en aquel tiempo para olvidar mi soledad. Porque no estoy acostada sólo por un rato. Y ni en la cama de mi madre, sino dentro de un cajón negro como el que se usa para enterrar a los muertos. Porque estoy muerta.

Siento el lugar en que estoy y pienso...

Pienso cuando maduraban los limones. En el viento de febrero que rompía los tallos de los helechos, antes que el abandono los secara; los limones maduros que llenaban con su olor el viejo patio.

El viento bajaba de las montañas en las mañanas de febrero. Y las nubes se quedaban allá arriba en espera de que el tiempo bueno las hiciera bajar al valle; mientras tanto dejaban vacío el cielo azul, dejaban que la luz cayera en el juego del viento haciendo círculos sobre la tierra, removiendo el polvo y batiendo las ramas de los naranjos.

Y los gorriones reían; picoteaban las hojas que el aire hacía caer, y reían; dejaban sus plumas entre las espinas de las ramas y perseguían a las mariposas y reían. Era esa época.

En febrero, cuando las mañanas estaban llenas de viento, de gorriones y de luz azul. Me acuerdo. Mi madre murió entonces.

Que yo debía haber gritado; que mis manos tenían que haberse hecho pedazos estrujando su desesperación. Así hubieras tú querido que fuera. ¿Pero acaso no era alegre aquella mañana? Por la puerta abierta entraba el aire, quebrando las guías de la yedra. En mis piernas comenzaba a crecer el vello entre las venas, y mis manos temblaban tibias al tocar mis senos. Los gorriones jugaban. En las lomas se mecían las espigas. Me dio lástima que ella ya no volviera a ver el juego del viento en los jazmines; que cerrara sus ojos a la luz de los días. ¿Pero por qué iba a llorar?

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Tomado de: RULFO, Juan, Pedro Páramo, Ed. Seix Barral,

‘Obras Maestras del Siglo XX’ V. 12, p. 63.