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lunes, 28 de noviembre de 2011

El hombre invisible

Por Gabriel Gimenez Emán


Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.


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miércoles, 26 de octubre de 2011

Simón del Desierto - Luis Buñuel (2-5)


'Simón del Desierto', 1965, por Luis Buñuel.
La narrativa no se ha limitado a las letras desde hace ya tiempo. Son las imágenes, unos cuentos y unos relatos que puestos en movimiento, algunos dirán que hasta por sí mismos, quienes donan una corazonada sobre el mundo; en el cine, como antaño, existen quienes usan letreros como fórmula de reparar lo mudo, hoy, hasta nos estorba lo que dicen los personajes, o capaz ni nos inquieta, la imagen finalmente parece que se va quedando muda, o ya dice muy poco. Sin embargo, solo algunos tienen la habilidad de quien cuenta con imágenes.

El fragmento que hoy os ofresco no es de cine mudo, -en el doble sentido-, y sus diálogos acompañan un relato contado desde el menoscabo del escenario, pues nos relata como desde ese pequeñísimo rincón, y solo en él, puede ser posible la creación de un horizonte tan engrandecido.

viernes, 21 de octubre de 2011

Fragmento de novela. Pedro Páramo

Por Juan Rulfo

Estoy acostada en la misma cama donde murió mi madre hace ya muchos años; sobre el mismo colchón; bajo la misma cobija de lana negra con la cual nos envolvíamos las dos para dormir. Entonces yo dormía a su lado, en un lugarcito que ella me hacía debajo de sus brazos.

Creo sentir todavía el golpe pausado de su respiración; las palpitaciones y suspiros con que ella arrullaba mi sueño... Creo sentir la pena de su muerte...

Pero esto es falso.

Estoy aquí, boca arriba, pensando en aquel tiempo para olvidar mi soledad. Porque no estoy acostada sólo por un rato. Y ni en la cama de mi madre, sino dentro de un cajón negro como el que se usa para enterrar a los muertos. Porque estoy muerta.

Siento el lugar en que estoy y pienso...

Pienso cuando maduraban los limones. En el viento de febrero que rompía los tallos de los helechos, antes que el abandono los secara; los limones maduros que llenaban con su olor el viejo patio.

El viento bajaba de las montañas en las mañanas de febrero. Y las nubes se quedaban allá arriba en espera de que el tiempo bueno las hiciera bajar al valle; mientras tanto dejaban vacío el cielo azul, dejaban que la luz cayera en el juego del viento haciendo círculos sobre la tierra, removiendo el polvo y batiendo las ramas de los naranjos.

Y los gorriones reían; picoteaban las hojas que el aire hacía caer, y reían; dejaban sus plumas entre las espinas de las ramas y perseguían a las mariposas y reían. Era esa época.

En febrero, cuando las mañanas estaban llenas de viento, de gorriones y de luz azul. Me acuerdo. Mi madre murió entonces.

Que yo debía haber gritado; que mis manos tenían que haberse hecho pedazos estrujando su desesperación. Así hubieras tú querido que fuera. ¿Pero acaso no era alegre aquella mañana? Por la puerta abierta entraba el aire, quebrando las guías de la yedra. En mis piernas comenzaba a crecer el vello entre las venas, y mis manos temblaban tibias al tocar mis senos. Los gorriones jugaban. En las lomas se mecían las espigas. Me dio lástima que ella ya no volviera a ver el juego del viento en los jazmines; que cerrara sus ojos a la luz de los días. ¿Pero por qué iba a llorar?

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Tomado de: RULFO, Juan, Pedro Páramo, Ed. Seix Barral,

‘Obras Maestras del Siglo XX’ V. 12, p. 63.

lunes, 29 de agosto de 2011

Tema y Realización

Por Ernesto Sábato

El artista parte de una oscura intuición global, pero no «sabe» lo que realmente quería hasta que la obra está concluida, y a veces ni siquiera entonces. En la medida en que parte de una intuición básica puede afirmarse que el tema precede a la expresión: pero al ir avanzando, la forma va prestando al asunto sutiles, misteriosos, ricos e inesperados matices; momentos en que puede afirmarse que la expresión crea al tema. Hasta que, concluida la obra, el tema y la expresión constituyen una sola e indivisible unidad. De este modo no tiene sentido pretender separar –como a menudo se lo pretende– el contenido de la forma, o sostener –como tan a menudo se lo sostiene– que hay grandes temas y temas pequeños, asuntos sublimes y asuntos triviales. Son los artistas y sus realizaciones los que son grandes o pequeños, sublimes o triviales. La misma historia de un modesto cuentista italiano del Renacimiento sirvió para que Shakespeare escribiera uno de sus más hermosos dramas.

En la obra de arte lo formal es ya contenido. De donde el fracaso de todo intento de trasladar al cine una obra esencialmente literaria como la de Faulkner: de Santuario no quedó más que el folletín que aparentemente es el asunto de la novela; puesto que el real contenido es la novela misma, con todas las riquezas, resplandores e implicaciones que cada una de las frases y yuxtaposiciones de palabras va dando al mero conjunto de episodios melodramáticos que pudiera enunciarse en uno de esos siniestros resúmenes del Reader’s Digest.

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Tomado de: SÁBATO, Ernesto, ‘Tema y Realización’, en El Escritor y sus Fantasmas, p. 195, Editorial Seix Barral, Barcelona, 2004.

Ediciones anteriores: de E. Sábato, 1963, 1979.

martes, 19 de abril de 2011

Diálogo sobre un diálogo

Por J. L. Borges




A- Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente la Cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir sin estorbo.

Z (burlón)- Pero sospecho que al final no se resolvieron

A (ya en plena mística)- Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.






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http://www.taringa.net/posts/arte/8951248/3-cuentos-cortos-de-Borges.html

viernes, 7 de enero de 2011

El Niño 5 Mil Millones [con link]

Por Mario Benedetti

En un día del año 1987 nació el niño Cinco Mil Millones. Vino sin etiqueta, así que podía ser negro, blanco, amarillo, etc. Muchos países escogieron al azar un niño Cinco Mil Millones para homenajearlo y hasta para filmarlo y grabar su primer llanto.

Sin embargo, el verdadero niño Cinco Mil Millones no fue homenajeado ni filmado ni acaso tuvo energías para su primer llanto. Mucho antes de nacer ya tenía hambre. Un hambre atroz. Un hambre vieja. Cuando por fin movió sus dedos, éstos tocaron la tierra seca. Cuarteada y seca. Tierra con grietas y esqueletos de perros o de camellos o de vacas. También con el esqueleto del niño número 4.999 999 999.

El verdadero niño Cinco Mil Millones tenía hambre y sed, pero su madre tenía más hambre y más sed y sus pechos oscuros eran como tierra exhausta. Junto a ella, el abuelo del niño tenía hambre y sed más antiguas aún y ya no encontraba en sí mismo ganas de pensar o de creer.

Una semana después, el niño Cinco Mil Millones era un minúsculo esqueleto y en consecuencia disminuyó en algo el horrible riesgo de que el planeta llegara a estar superpoblado.

Eso sí

Por Pedro Zubizarreta

Mención honorífica del «Concurso de Cuento Corto Latinoamericano» convocado por la Agenda Latinoamericana'2004, otorgado y publicado en la Agenda Latinoamericana'2005


El Cholito se muere. El Cholito se va. La enfermedad lo atraviesa de lado a lado. Cinco años tiene. Cinco escasos años y la vida ya lo quiere dejar. Ahora no sufre. Ahora no. Está medio dormido, eso sí. Es por la medicación que le dan los doctores para sacarle el dolor. Junto a la cama del Cholito están los padres derramando lágrimas que se abrazan y corren juntas. El Cholito tiene la panza hinchada y le cuesta respirar. Cuando el Cholito empezó con el dolor en la pierna les dijeron que no era nada. Varios médicos lo miraron. Lo miraron un poco por encima, eso sí. Pero qué puede uno hacer, si los hospitales están sin recursos y el papá del Cholito perdió la seguridad social cuando se quedó sin trabajo. Lo llevaron a un médico privado, que sólo lo atendió cuando reunieron el dinero para pagar la consulta por adelantado. El médico privado tampoco lo examinó demasiado. Diagnosticó “dolores del crecimiento”, eso sí. Todo crecimiento va acompañado de dolor, todos menos justamente el que aludía el facultativo. El crecimiento de los huesos no duele. Pero qué puede saber un padre que apenas completó tres años de la enseñanza primaria. Qué le puede exigir a un médico que pasó por una universidad y salió de ella más miope y egoísta que cuando entró. Nada, sólo agacha la cabeza y acepta. Aunque el Cholo se haya seguido quejando, sin poder dormir a la noche, eso sí. El tiempo fue pasando y el dolor en aumento, acompañado por hinchazón en la rodilla. Artritis, les dijeron. El “güesero” del pueblo le quiso acomodar la rodilla, pero se le fracturó el fémur en el intento. Entonces llegó el momento de viajar a la gran ciudad. El Cholito en un grito con cada cimbronazo del autobús. El viaje largo. La llegada a Buenos Aires, con su multitud anónima hirviendo en la Terminal de Ómnibus. Finalmente llevaron al Cholo al Hospital grande. Los médicos estaban serios, mirando placas radiográficas de la rodilla y del tórax. Le practicaron una biopsia. Después vino un médico a hablarles de la enfermedad, que era maligna y se había desparramado por los pulmones. No respondió al tratamiento de quimioterapia y el Cholo empeoró. La pierna se hinchó como un zapallo.

Cholo, Cholito, no te morís solamente de cáncer, también te morís de analfabetismo, de miseria, de desnutrición, de marginalidad. Te morís de injusticia. Te morís de deuda externa. Te morís de anonimato. Te morís de tan pequeño. Te morís aplastado en las vías del desarrollo. Te morís de intereses ajenos. Te morís de extremo sur. Te morís, eso sí.

Buenos Aires, Argentina